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No es de extrañar que vuelvan las esvásticas

La Paz, agosto de 2020

Por Luis Flores / Periodista

En el 2009 terminé el colegio. Ha pasado más de una década. Recuerdo que cuando terminé el bachillerato, había un evidente distanciamiento entre lo considerado “indio” y lo considerado “blanco” (incluido a este segundo grupo, esa inexistente categoría autodenominada “mestizo”, y que solo es una forma de diferenciarse de los indios).

Era tan fuerte que cuando decidías estudiar, por ejemplo, para policía o militar tenías que ver el color de tu piel y tu apellido. Si este último no era tan indio ni tu piel tan morena, podías pensar en ser oficial (también si te alcanzaba el dinero); si eras un Mamani moreno de El Alto, pues, la respuesta era obvia: sargento, cabo.

Así definió mi generación su futuro.

Sin embargo, eran tiempos de cambios. Evidentemente, algunos rompieron esos conflictos y se animaron ser iguales. Ese deseo, el “ser iguales”, generó un profundo conflicto. Un año antes (2008), la Unión Juvenil Cruceñista y el Comité Pro Santa Cruz dejaron en claro que no permitirían que los collas, los indios y la “raza maldita” se consideren un igual, en sus tierras. Branco Marinkovic, hoy flamante autoridad nacional de la señora Jeanine Áñez, lideró el comité del racismo y las peteaduras de collas. Esa calaña nos gobierna. Esa es la forma de declarar que el pensamiento separatista está más vivo que nunca en el Gobierno nacional actual.

En 2010, cuando decidí no aventurarme a ninguna de las filas del orden, viajé a Santa Cruz de paseo. El aire era otro, en el centro cruceño existía un odio evidente por el colla, incluso al colla turista que yo era en ese momento. “Son huevadas”, me dije. Pero existía, estaba ahí, el pensamiento cívico cruceño: mentalidad croata, inmigrante que se apropió de un territorio que no era el suyo y se ungió como “único nativo”, excluyendo al propio nativo. Es la historia de Bolivia, la de América, en realidad.

Hoy (2020), ese mismo pensamiento, ese mismo odio, es parte del Gobierno más nefasto de la historia del país. Los Prijichk, Longrichk, Marincovichk… son los nuevos gobernantes, quienes dan órdenes sin entender un país aymara, quechua, guaraní, mojeño, guenayé…

Cuando no puedes pronunciar el apellido de tus autoridades, sabes que algo está mal, que elegirlos fue un error, pero es más lúgubre saber que no los elegiste nunca y debes quedarte callado.

No es de extrañarse que las esvásticas salgan de nuevo a las calles cruceñas y del país, que se genere nuevas golpizas a bolivianos por ser indígenas, por ser indios, por ser pobres. No es de extrañarse que vengan más sorpresas, que Sánchez Berzaín y Lozada regresen, que haya más masacres como la de Sacaba y Senkata, que… No sería una sorpresa. Hace rato que los límites se han difuminado.
Hoy nos gobierna la corriente más racista y separatista, además de incapaz. Al final, nuestro ministro de salud es un exmilitar y nuestro ministro de Gobierno es alguien cuya chapa de guerra —impuesta por sus mejores amigos (léase Samuel Doria Medina, exjefe) — es: El Bolas.

¿La pregunta que ronda es por qué la gente no salió a las calles a parar esto? La respuesta obvia es por la pandemia, por la salud… pero hasta en eso hay algo equivocado. ¿Si seguimos así, cómo terminaremos?

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