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Cultura Opinión

Mesa del Día de los difuntos en Berlín 2022: El aymara celebra sus tradiciones en cualquier parte del mundo

Berlín, 3 de noviembre de 2022

Por: Luis Flores Vásquez / Periodista boliviano con residencia en Alemania

Los pueblos precoloniales sacaban a sus muertos de las bóvedas y los ataviaban con sus mejores galas, oro, plata, vestidos preciosos y otros (Guamán Poma de Ayala 1534 – 1615). Los cronistas hablan de la fiesta de los difuntos con baile, música, comida y bebida. “Y le dan sus carneros y rropa y lo entierra con ellas y gasta en la fiesta muy mucho”(sic), contó en sus corónicas Poma de Ayala.

Era un espacio de encuentro, recuerdo y llamado del nuevo tiempo de lluvias y la espera de maduración del campo, de la fertilidad. El festejo del “ayamarca” ó “Aya Marcay Quilla”.

Esta tradición, costumbre, forma de ver la vida se encontró con un periodo colonial, que intentó la extracción de idolatrías, pero solo modificó la fiesta.

La cultura es, pues, un proceso en constante cambio. En el caso de la tradición siguió desarrollándose modificando algunos símbolos e imágenes. Se prohibió la exhumación, se introdujeron las cuestiones religiosas (cruces, coronas) y todos los santos. El sincretismo mantuvo la esencia de los pueblos nuestros precolombinos, basta ver la fiesta de las ñatitas y cómo el contacto con los muertos (calaveras) sigue intacto en el siglo XXI.

Como todo proceso que se va modificando, los aymaras, quechuas y otras naciones con el tiempo tomaron escenarios que antes tenían prohibidos, cargos que solo eran para “blancos o blanqueados”, acceso a tecnología, estudios u otras oportunidades, pero ante los cambios, la esencia también se mantuvo.

En este siglo en Berlín, una nueva generación de jóvenes, en esencia aymaras, quechuas y en el sentido sincrético de nacionalidad que agrupa a naciones del Estado Plurinacional de Bolivia, continúan con la tradición. Muchos de ellos no hablan (hablamos) el idioma de la abuela (aymara, quechua), pero sí el alemán o inglés, pero recuerdan cómo la costumbre se hacía en su casa, en la del vecino, con sus tías, con sus abuelos. Es que la tradición pasó de hija en hija, de nieto en nieto.

Nuestras tradiciones no mueren, solo se van modificando. Han pasado cientos, quizá miles de años, pero lo que me enseñó mi abuela y le enseñó su abuela continúa. Los elementos son diferentes, los símbolos cambian, los tiempos avanzan sin descanso, pero en esencia seguimos ahí.

Al hornear las t’ant’awawas pensábamos en figuras más modernas, un pony, un avión (no quiero que vaya en caballo mi alma), darle colores nuevos a las figuras, su pantalón de mi t’ant’awawa es ultrafashion… la cultura es hermosa porque se transforma, ¡está viva! Nuestra esencia sigue ahí.

“Cambia, todo cambia… pero no cambia mi amor… por mi tierra y por mi gente”, como diría la Mercedes Sosa.

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