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Opinión

El odio, camino a la implosión

La Paz, 16 de febrero de 2023

Por: César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.

La condición de sujeto histórico del bloque campesino, indígena y popular (BCIP) emerge de la ideología anticolonial y de su memoria larga, como horizonte y perspectiva del presente, que derrota democráticamente al bloque de poder político-económico del republicanismo colonial y capitalista.

Es otro tiempo estatal, que está condicionado para materializar su mandato a las reglas de la democracia liberal representativa.

El golpe de 2019 liderado por grupos que se cobijan en la República, violentaron el sistema de gobierno del republicanismo e impusieron un gobierno de facto con el auspicio de la Iglesia, las embajadas de Brasil, España, la OEA y de la Unión Europea, prescindieron del soberano para arrogarse la facultad de decidir quién sería presidenta.

El golpe no busco solo derrocar al gobierno, sino desarticular y destruir vía persecución al BCIP. Esta segunda fase simultánea al golpe fue de resistencia movilizada y activa, los momentos decisivos fueron: cohesión interna de la organización política y social, en enero la candidatura unitaria y en agosto, movilización nacional para imponer fecha para la realización de las elecciones. La cualidad fue la unidad, la facultad de decidir estuvo en el soberano.

La fuerza y el valor del proceso está en la unidad del bloque, con estructuras políticas, sindicales, territoriales y culturales que posibilitan la presencia en todo el territorio nacional.

En esta segunda fase del proceso, la unidad empezó a ser el factor de tensión, el tema de la división alimentó la agenda pública y mediática desde inicios de 2021, ya no como una posibilidad sino como una certeza divulgada ampliamente por los “analistas independientes”, al extremo de titular “crónica de una división anunciada”.

La división es la narrativa principal, la fuente de esta crónica anunciada es la “ambición de poder”, es decir el libreto que nos imponen —los enemigos del proceso— a partir de valores negativos, se amplifica permanentemente con mayor folclor incorporando palabras, “renovadores vs. radicales”, no como categorías sino como adjetivos, porque son utilizados como diferencia, para descalificar al otro. Los voceros de estas “corrientes” surgen desde fuera y dentro con amplia cobertura mediática, con ribetes de sensacionalismo; para darle una apariencia ideológica se recurre al sufijo ismo (sustantivo que se refiere a doctrina o teoría), “luchismo vs. evismo”, ideologizan la crisis y la división.

Con mayor o menor intensidad, en diferentes escenarios y lugares, es la agenda de discusión, de alusión, de autoidentificación, ingresamos en el campo que los enemigos construyeron y necesitan.

La división tendría un efecto crítico al interior del bloque y debería favorecer a las oposiciones, pero contrariamente a las ambiciones imperiales, las encuestas muestran que las derechas no capitalizan el efecto de la división, por ello que la división deja de ser el plan A y despliegan el plan B: la destrucción del bloque político y social, clausurando indefinidamente el proceso.

Esta estrategia de largo aliento se constata en las declaraciones de Laura Richardson, jefa del Comando Sur de los EEUU, en un evento del Atlantic Council (think tank vinculado a la OTAN): “tenemos muchas elecciones importantes en lo inmediato… en esta perspectiva de seguridad nacional, a EEUU le queda mucho por hacer en América Latina, y tenemos que empezar nuestro juego.” La destrucción empieza a operarse sin ingenuidad y con mucha habilidad y maldad, ya no solo como ataque externo sino como implosión, descubrieron que el ataque enemigo nos cohesiona, pero la pugna y el enfrentamiento interno es el factor que nos destruye.

Los ejes discursivos aparentan corrientes ideológicas, en los hechos son solo frases que sintetizan el vacío ideológico de quienes lo expresan pero que tienen un fuerte daño, casi irreparable. El insulto, la descalificación, la amenaza contra el principal líder indígena antiimperialista de este proceso y a la familia del Presidente, vertidos por parlamentarios, dirigentes, en los grupos de WhatsApp desde el anonimato, alimentando el odio, el enfrentamiento, la ruptura; a esta velocidad, la autodestrucción es la certeza.

Al igual que la ultraderecha se ufana de sus glorias raciales, los promotores internos de la implosión se vanaglorian de sus dichos, mientras más insultan, más aplausos cosechan, se sienten en la cúspide de su ego. El matonaje político y el insulto están sustituyendo a la militancia y al debate ideológico.

Esta rutina se está normalizando, genera un tipo de relaciones en la militancia, aflorando en las subjetividades sentimientos de odio contra el otro dentro el mismo bloque.

La estrategia no solo es la división sino la implosión para la destrucción, bailar al ritmo que imponen es asistir a la fiesta de restauración del orden servil al imperialismo que desterramos democráticamente a la cabeza del bloque indígena, campesino y popular en 2005.

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