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Superar a Evo, una tarea fundamental de los bolivianos, del MAS y de su oposición

La Paz, septiembre de 2020

Por Luis Flores / Periodista

Evo Morales Aima fue, en palabras del propio historiador (ahora candidato presidencial) Carlos Mesa Gisbert, un paso fundamental en la historia de Bolivia. “Evo soy yo”, sentenciaba el también periodista, en 2012.

Hoy, en 2020, Evo es el pasado. Su ciclo evidente e irreparablemente ha terminado.

Superar a Evo, avanzar, es fundamental para el boliviano de la segunda década del siglo XXI. O por lo menos, así debería ser, pero lamentablemente en la historia de Bolivia hemos visto muertos elegir y ser elegidos.

“Morales cierra la página que se abre el 52, que se profundiza en el periodo 93-97, y que él va a culminar para dejar al país en el punto cero, que debió estar hace mucho tiempo. (…) ¿Cuál es el aporte fundamental, extremadamente importante, del presidente Morales? Primero, su propia presencia, el carácter simbólico y extraordinario que representa. (…) Tuvimos que esperar 180 pico de años, para que por primera vez el país reconociera a un presidente como Morales”, era parte del discurso de Carlos Mesa, con una lectura clara y certera de la figura del primer presidente de origen indígena del Estado Plurinacional de Bolivia. Mesa es un tipo sensato y claro, cuando no es un político más.

¿Hoy en 2020, por qué olvidar, superar y eliminar la figura actual de Morales?

Las razones sobran… entre las más visibles y catastróficas están el detestable prorroguismo a cualquier costa, no respetar los resultados del 21F; los sonados casos de corrupción, entre ellos los problemas con la CAMC y la novela Zapatista; el manejo equívoco de inversión en aeropuertos en medio de la nada en el Chapare, museos ególatras, estadios y canchas de césped sintético en lugares inimaginables; por último, la acusación de pedofilia no es un dato menor, es una cuestión inexcusable en cualquier ser humano con valores básicos.

Sobre las acusaciones y los casos de presunta corrupción, la justicia tendrá que hacer su trabajo. Aunque no confiemos en la justicia boliviana, es el único camino. Morales puede ingresar al país al día siguiente que triunfe su partido, pero cuando dé el primer paso debe mirarse la cara con la justicia y rendir cuentas.

Más allá de las luces y las sombras de 14 años de Gobierno de Morales, la figura y el proceso de cambio ideológico fue un paso necesario y destacable en la Bolivia que arrancó el siglo XXI. Hoy es el pasado, que debe ser superado, al menos el personaje, el sujeto. El camino que tomará del Movimiento Al Socialismo (MAS) mostrará si solo era un partido Evista o un proyecto popular, originario, orgánico y estructurado. Así debe entenderlo el MAS, si desea entrar en renovación; y así también debe entenderlo la propia oposición masista.

Esto último, que su oposición ligue a Morales con el MAS, perjudica más que sumar a sus propios intereses. El ataque constante a Evo solo consigue que el imaginario popular masista sea de apoyo al cocalero residente en Buenos Aires. Si la oposición más racista y extrema boliviana (léase cívicos como Camacho y compañía o los brillantes gobernantes de turno, Bolas y otros especímenes similares) atacan constantemente a Morales, el imaginario popular será: “ellos atacan a Morales, yo por contradecirlos apoyo a Morales”. Eso no debe pasar para superar la sombra del patriarca. Por ello, el camino para la propia oposición masista es de igual forma: superar a Evo. Los partidos que se oponen al masismo deben presentar propuestas, visiones de país, y no solo dedicarse a repetir: “Evo esto, Evo aquello, que 14 años…”.

Las elecciones están cada vez más cerca. ¡Al fin! La incapacidad, ineficiencia e ineptitud sin límites del Gobierno de la señora Jeaninne Añez pronto terminarán y pasarán de manera nefasta a la historia del país, escrita en los capítulos más oscuros. Que las justas nos muestren el camino que seguir. Que las urnas nos den mejores caminos, que prime la sensatez luego de las elecciones y que la estabilidad política, social y económica se consiga con el futuro presidente, elegido por el voto, por el ejercicio supremo de la democracia.

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