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Opinión

La posverdad de algunos «intelectuales»

La Paz, 20 de noviembre 2020

Empezare diciendo que la posverdad no es nada más que una mentira emotiva que principalmente describe la distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales. En un parangón podemos mencionar el golpe de estado perpetrado el 2019 (hecho objetivo), con el discurso de: «Queremos democracia, vamos con fe para acabar con los ritos satánicos y que retorne la biblia al palacio» (emociones y creencias personales).

Ahora bien, desde hace mucho tiempo los que se autodenominan «intelectuales» han manipulado la opinión pública, ortodoxos del pensamiento cultural hegemónico, que buscan la globalización, o sea, el control de la minoría privilegiada contra la mayoría subordinada. Han usado la herramienta de la posverdad por generaciones para convertirse en dueños de la verdad, de su verdad. Asimismo, niegan el golpe de estado atribuyendo que: «ningún militar tomó el poder» y recuperaron la democracia de forma «pacífica», crearon un discurso religioso y de odio, se manejaron conceptos como: «sedición, terrorismo, los salvajes que quisieron volar la planta de Senkata». Lo objetivo es, que las logias elitistas orquestaron y perpetraron un Golpe de Estado e instauraron un gobierno de facto,  una dictadura disfrazada de democracia que terminó con más de 35 decesos y más de 715 heridos.

La posverdad de estos «intelectuales» es sostener que no existió un golpe de estado, sino que «recuperaron la democracia». Llegan al extremo de intentar hacer un parangón entre los hechos del 2003 y 2019 para sostener su argumento, lo cual llega a ser risible. Recordemos que el año 2003, los militares en un momento determinado se opusieron al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni), a seguir reprimiendo (después que ya habían masacrado al pueblo y se registraban más de 55 muertos), el 2019 los militares se opusieron al gobierno de Evo Morales y le «sugirieron» que renunciara al poder (hasta ese momento los militares no masacraron a nadie) después de la renuncia de Evo y bajo una licencia para matar que otorgó el gobierno de facto de Jeanine Añez, a las Fuerzas Armadas con el D.S. 4078 (salieron a masacrar al pueblo, después de la renuncia de Evo, no antes, sino después). Bajo estas características no hay punto de comparación entre estos dos hechos.

El 2003 hubo una insurrección, una rebelión de un pueblo que se hastió de ser pisoteado, excluido y enajenado, cansado del modelo neoliberal privatizador. En cambio el 2019 hubo un Golpe de Estado, alimentado de odio, racismo, y posverdades que formularon estos «intelectuales» que creen que son dueños de la verdad porque tuvieron el apoyo de los medios hegemónicos de comunicación. ¡Claro que hubo un golpe de Estado!, porque por la propia boca de uno de los incitadores nos enteramos que su papá había cerrado con los policías y militares, otro de los incitadores narro en un programa radial como decidieron en cuatro paredes quién asumiría la presidencia y para rematar, el ministro sanguinario un día antes de los comicios admite que masacraron en Senkata. Me quedo con el refrán que dice: “El pez muere por la boca”.

Ariel E. Cusicanqui Barrero es Comunicador Social

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